ilustración Patrick Thomas
Hoy en día nadie duda de que el conocimiento, el saber y el progreso forman un conjunto de valores que no conocen fronteras y son patrimonio de cualquier sociedad avanzada. El presidente Barack Obama afirmaba recientemente que “Estados Unidos sólo podrá mantener su liderazgo mundial si coloca la ciencia entre sus mayores prioridades”. Y el primer ministro británico reconoció que “la crisis no es el momento para disminuir la inversión en ciencia, sino para construir de forma más enérgica el futuro”.
No hay que olvidar que hace ya más de tres siglos que la ciencia moderna nacía en el seno de las universidades para construir lo que hoy denominamos civilización moderna. Como afirma Francois Jacob, de esa ciencia proceden todos los elementos de la tecnología contemporánea, tanto los que amamos, como algunos de los que detestamos.
Las universidades son el lugar por excelencia de la creación del saber. Y son, en base a su naturaleza, organizaciones cuyos resultados se ven con perspectiva. La investigación, la generación de talento y formación de profesionales, así como la creación de nuevas ideas, productos y empresas son algunos ejemplos de sus frutos a largo plazo. Sin embargo, esto no quiere decir que no estén preparadas para encontrar soluciones en el ámbito económico a corto plazo. En nuestras universidades conviven la innovación, el carácter emprendedor y la formación, lo que contribuye al crecimiento económico, crea bienestar y mejora las oportunidades laborales de la población.
Nuevas fuentes de energía, nuevas medicinas, nuevos productos, nuevas tecnologías de la comunicación y modos virtuales de interactuar que sin duda serán necesarios para el entendimiento de pueblos, son ejemplos de lo que la sociedad demanda para construir su futuro. Pero lo que aún no tiene presente es que todo esto ya es el día a día de nuestras universidades y de la ciencia que allí se desarrolla.
Con todo ello, no todos los modelos universitarios son iguales; existen importantes diferencias entre unos países y otros. Así, por ejemplo, mientras que las universidades americanas se caracterizan por la fuerte especialización, las europeas son más generalistas, sin un perfil específico de sus campus. Curiosamente, son las universidades americanas las que encabezan los ranking de calidad de los centros de educación superior, algo que nos debería hacer reflexionar.
A esto hay que añadir que la Comisión Europea alerta en su documento Preparando Europa para un nuevo renacimiento de la necesidad de repensar el modo en que la ciencia interactúa con la sociedad. Así, apuesta por reescribir el contrato social entre el investigador y la universidad con la sociedad, creando entornos donde la excelencia sea premiada e incremente la cohesión social. Además, propone abrir los mercados, las empresas y las instituciones del conocimiento para que puedan trabajar conjuntamente a favor de una mayor productividad.
La Universidad europea ya ha dado importantes pasos en este sentido de la mano de iniciativas lideradas por instituciones francesas, alemanas y británicas. En Francia, más de 100.000 estudiantes participan en un proyecto que aglutina en torno a la formación, la investigación y la promoción económica a cuatro universidades, 12 grandes escuelas y varias instituciones científicas.
Alemania se encuentra inmersa en un proceso semejante liderado por la Fundación de Investigación Germana y el Consejo de Ciencia y Humanidades. Este proyecto supone un apoyo específico a las mejores universidades investigadoras y potencia su visibilidad internacional a la vez que crea condiciones para los investigadores jóvenes y potencia la colaboración interdisciplinar e interinstitucional.
Finalmente, el gobierno británico ha puesto en marcha la iniciativa University Challenge consciente de que nunca antes las universidades habían desarrollado un papel tan importante para el país, tanto desde la perspectiva nacional, contribuyendo a mantener su posición en el mundo, como desde la óptica local, a través de la creación de puestos de trabajo, la renovación del tejido económico y el enriquecimiento de la vida cultural.
El sistema universitario español está iniciando este camino. El programa Campus de Excelencia, siguiendo los ejemplos francés, alemán y británico, impulsa nuevas estrategias en nuestras universidades. La interacción con su entorno social, la mejora docente, la excelencia e impacto de la investigación y la apuesta por la innovación son los cuatro ejes de este gran proyecto que convertirá a 15 campus españoles en lo que ya comienza a denominarse ‘ecosistemas del conocimiento’.
La excelencia y la internacionalización son los objetivos y la meta es situar a las universidades españolas entre las mejores del panorama internacional. Las mejores, por su capacidad de generar talento, de desarrollar conocimiento y de incidir en la nueva economía y el progreso social.
El programa Campus de Excelencia demanda, además, un papel protagonista y dinamizador de las universidades en el desarrollo social y económico de su entorno. Todas las ciudades que comparten espacio con las universidades conocen la simbiosis que se produce entre institución y ciudad, y concretamente entre profesores, alumnos y ciudadanos. El rector de la Universidad Nacional Autónoma de Méjico (UNAM), en su reciente visita a España decía “es imposible entender el Méjico actual sin la UNAM”, y nosotros tenemos los ejemplos de Santiago de Compostela, Salamanca o Granada.
Por ello, en ese marco cercano en el que se producen las transformaciones que vivimos todos como ciudadanos, la Universidad, junto con otras instituciones -ayuntamientos, hospitales, empresas o entidades financieras-, deben conformar un nuevo modelo de crecimiento, propio del siglo XXI, basado en el conocimiento y la sostenibilidad.
Y este reto es propio de la universidad, porque no hay que olvidar que tanto ayer como hoy son las instituciones universitarias las que lideraron y liderarán la creación del saber y de nuestro futuro.
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